Por Haider Yaqub, director nacional de Plan International en Myanmar
Desde que un devastador terremoto de magnitud 7,7 sacudió Myanmar el pasado 28 de marzo, la magnitud de la destrucción ha sido abrumadora. Se ha confirmado el fallecimiento de más de 3.000 personas y millones más se han visto afectadas.
Poco después del terremoto, viajé a Mandalay como parte de la respuesta de emergencia de Plan International. Al llegar, me encontré con una devastación inimaginable. Comunidades enteras han quedado reducidas a escombros.
Las necesidades sobre el terreno son inmensas. Hogares, escuelas, hospitales, carreteras, fuentes de agua y líneas de comunicación han quedado gravemente dañados, dejando a las comunidades aisladas y vulnerables.
Durante los últimos días, las réplicas han seguido aterrorizando a las personas sobrevivientes. En las zonas más afectadas, los hogares han quedado completamente destruidos. Incluso los edificios que aún permanecen en pie son demasiado peligrosos para ser habitados, y muchas familias enfrentan ahora la desgarradora realidad de dormir en la calle, a solo unos pasos de lo que solía ser su casa.
En una aldea, me detuve frente a los restos de lo que antes era un lugar de oración, ahora reducido a ruinas. La estremecedora imagen de los cuerpos siendo rescatados de entre los escombros permanecerá conmigo para siempre.
Lamentablemente, cientos de personas siguen desaparecidas y, a medida que se fue agotando el tiempo para encontrar supervivientes, las comunidades se fueron sumiendo en el dolor y comenzaron a llorar la pérdida de sus seres queridos, cuyo paradero aún se desconoce.
Las personas con las que he hablado siguen tratando de asimilar la rapidez con la que ocurrió esta catástrofe. Me he encontrado con niños y niñas pequeños en estado de shock, confundidos por el hecho de que ahora viven en la calle, preguntando: “¿Por qué estoy afuera?” y “¿Por qué no puedo ir a casa?”. Su mundo se ha desmoronado.
En tiempos de crisis, los niños y niñas se enfrentan a riesgos aún mayores que otras personas afectadas. Las niñas, en particular, son más vulnerables a la explotación, la violencia, el abandono escolar permanente y el matrimonio infantil forzado. Por eso, además de proporcionar artículos de primera necesidad como alimentos, mantas y agua potable, en Plan International también trabajamos para asegurar que los niños y niñas tengan espacios seguros donde aprender y jugar, y que las niñas puedan acceder a instalaciones sanitarias seguras y limpias. Los baños móviles, especialmente diseñados para mujeres y niñas, son fundamentales para preservar su dignidad y protegerlas de más riesgos.
A pesar de las enormes dificultades, me ha conmovido profundamente la resiliencia del pueblo de Myanmar. En medio de las lágrimas, han compartido conmigo sus esperanzas para el futuro y su determinación de participar en los esfuerzos de ayuda para reconstruir sus vidas y comunidades. Las personas que conocí están deseando volver a trabajar, reconstruir sus hogares y recuperar una vida con algo de normalidad.
Aunque el verdadero alcance del desastre aún está por conocerse, por mi experiencia en respuesta humanitaria sé que los efectos de una catástrofe como esta se sentirán durante años. La reconstrucción de hogares, infraestructuras y medios de vida tomará tiempo, y las heridas emocionales tardarán aún más en sanar.
Y aunque quienes se han visto afectados están demostrando una resiliencia asombrosa frente a la pérdida total, esto por sí solo no basta. El pueblo de Myanmar ha vivido algunas de las peores experiencias imaginables, y necesita todo el apoyo posible para recuperarse y reconstruir sus vidas.
Para donar a la respuesta de Plan International en Myanmar, visita: https://proyectos.plan-international.es/terremoto-en-Myanmar